Todo se mueve
En un momento dado pienso que en un rincón de mí nacerá una planta. La empiezo a acechar creyendo que en ese rincón se ha producido algo raro, pero que podría tener porvenir artístico. Sería feliz si esta idea no fracasara del todo. Sin embargo, debo reparar un tiempo ignorado; no sé cómo hacer germinar la planta, ni cómo favorecer, ni cuidar su crecimiento; sólo presiento o deseo que tenga hojas de poesía; o algo que se transforme en poesía si la miran ciertos ojos. Debo cuidar que me ocupe mucho espacio, que no pretenda ser bella o intensa, sino que sea la planta que ella misma está destinada a ser, y ayudarla a que lo sea.
Felisberto Hernández
Segundo día del año, 2024. Ayer miraba el paisaje a través de la ventana del auto y recordé una conversación que escuché en diciembre del 2022. Estábamos en Mercedes, en casa de Eli, Argentina jugaba un partido importante dentro del mundial y hacía muchísimo calor. Eli hablaba con su hermana y una amiga sobre el primer día del año, y contaba que cierta vez alguien le había dicho que uno debería empezar el año haciendo (pensando, sintiendo, siendo) de la manera en que quisiera que dicho año fuese, sellar la impronta en el inicio. Cuando la escuché, la idea me gustó: mi vida se nutre constantemente de simbolismos, correspondencias y rituales, creo en la importancia de los inicios. Pero ayer mientras la recordaba me generó una especie de claustrofobia: por qué debería saber cómo quiero que sea el año antes de que empiece, por qué tan poco tiempo -un día- para determinarlo? Es cierto que para decidirnos por algo tenemos que olvidar (aunque sea por un momento) las infinitas posibilidades que caben en el espacio antes de que dicha decisión sea tomada, pero no siempre es necesario decidir. Quiero decir: no siempre decidir se practica explícitamente. Mi maestra de teatro diría: decidir no es "la idea de" decidir. No todas las decisiones cumplen con la expectativa o la figuración mental que podamos hacernos de ellas, muchas veces "tomamos una decisión" sin darnos cuenta. Nuestra mente puede bordear el patetismo. Y sin embargo, la vida siempre se revela encantadora en su imprevisibilidad. Del mismo modo en que hacer silencio no significa dejar de hablar, dejarse llevar también puede ser tomar una decisión. Speaking words of wisdom, let it be.
Pienso que cuando algo (una idea, una intención, una sensación) corre el riesgo de ponerse extremadamente mental, tengo que tener cuidado. Las ideas pueden morir en vida, cristalizarse y nosotros con ellas, aislarnos. Me aterra quedar tomada, presa, atrapada en una idea. Siempre trato de cuidar el fuego en el que nacen las cosas. Volver a él, no darlo por sentado. Mi objetivo: que no se apague, que no se queme, que no se sature el fuego, mi fuego, el de la vida. Y cuidar que el objetivo, cualquiera sea, no me persiga, que no se vuelva pretencioso, que sepa convivir conmigo sin elevar el tono.
Fuego, tierra, aire, agua. Cada elemento aporta su cualidad en la danza del cosmos. Cada uno merece su lugar, su tiempo de acción en la rueda. Pienso que tal vez la voluntad tenga una cuota de misterio, de inaccesibilidad afortunada, de inconsciente personal y colectivo. Según Ferdinand de Saussure, la lengua es un sistema de signos cuyo valor no se define en sí mismo, sino que se define a partir de la relación que los signos establecen entre sí. Así, el valor de "rojo" en el sistema de la lengua que hablamos nosotros se ilumina a partir de la presencia de "colorado". Rojo no sería rojo sin colorado, y colorado no sería colorado sin rojo.
El último día del año nos reunimos con mis hermanas a despedir a mi abuela. No fue en un parque ni en una sala velatoria, no había gente extraña que saludar ni cosas que decir de más o porque sí. Por suerte no de nuevo. Nos juntamos en lo que era mi cuarto, un lugar de la casa donde fueron a parar algunas cajas y valijas con cosas en desuso. Es increíble que toda una vida pueda caber en un grupo de cajas y valijas. Da escalofríos. Pensé lo mismo cuando me mudé y volví a pensarlo cuando revisamos todas las cosas de mi abuela: 4 cajas, dos bolsas de consorcio grandes y dos valijas. Ropa, fotos, papeles, objetos, alhajas, en fin, una vida, su vida. Dejamos la ventana abierta como para que el aire pudiera circular y cada tanto, prendimos incienso. Separamos las cosas en 6 sectores, tres de los cuales correspondían a cada una de nosotras, sus nietas, el cuarto sector para mi papá, el quinto para donar, y el sexto para sus hermanas. Mientras acomodábamos -una tarea que nos llevó casi 4 horas sin parar- recordé un poema de Sharon Olds que siempre me hace llorar, Ode to dirt:
Dear dirt, I am sorry I slighted you,
I thought that you were only the background
for the leading characters—the plants
and animals and human animals.
It’s as if I had loved only the stars
and not the sky which gave them space
in which to shine. Subtle, various,
sensitive, you are the skin of our terrain,
you’re our democracy. When I understood
I had never honored you as a living
equal, I was ashamed of myself,
as if I had not recognized
a character who looked so different from me,
but now I can see us all, made of the
same basic materials—
cousins of that first exploding from nothing—
in our intricate equation together. O dirt,
help us find ways to serve your life,
you who have brought us forth, and fed us,
and who at the end will take us in
and rotate with us, and wobble, and orbit.
Comentarios
Publicar un comentario