¿La pastafrola es una torta?
los primeros recuerdos que conservo de las fiestas en mi casa nunca incluyen el momento del postre. Yo decía que no me gustaban las tortas, me parecían muy empalagosas. Comía dulce de leche del pote, a veces, solo. Eso sí me gustaba y de alguna manera extraña no me resultaba tan empalagoso como las tortas que servían en las reuniones. A mi tía también le gustaba comer del pote del dulce de leche, y creo que todavía le gusta. Yo me asombraba porque a mi mamá no la veía hacer lo mismo, y porque seguramente creía que los adultos comían sólo del plato, comidas elaboradas y de distintos colores. No me gustaban las tortas pero me animaba a cocinarlas, a veces, con mi mamá, el sábado a la mañana. Los sábados había reuniones y me encantaba despertarme temprano para batir en la cocina. Las claras, por ejemplo, porque me parecía fantástico que se pudieran convertir en una espuma blanca. Crear una manga con una bolsa de plástico y dibujar con ella sobre el mármol mientras mi mamá medía las cantidades de los ingredientes para preparar las mezclas. La pastafrola no era una torta, por eso me gustaba. Es rara su forma. Su nombre, especial, familiar a la flora con la que puede confundirse. Su aspecto cuadriculado, parecido a una camisa. No recuerdo el día en que la probé. Recuerdo las pastafrolas que servían en Avellaneda, la preparaba muy rica la tía poro, llegaba con el mate. La tía mati, creo, preparaba pepas. La masa de las pepas tenía el mismo sabor a la masa de la pastafrola, era dulce, era domingo, era la tarde, un gusto amoroso. El sabor de la maicena. Casi todas las recetas de las cosas que preparaba de chica llevaban maicena. Y polvo para hornear. Me encanta el frasco del polvo para hornear. Cociné muchas pastafrolas, y pepas. En la ciudad, cerca del mar, en casa de alguna amiga, en lo de mi abuela... siempre de membrillo. Cociné una pastafrola durante la víspera de mi cumpleaños del 2020, adentro de una casa con mi hermana y mi mamá en lo que fueron los primeros días de la cuarentena. Decoré la superficie con dibujos en masa. Un corazón, un infinito, una nube... ya no me acuerdo, pero fue emocionante. Esa tarde volví a sentir que el mejor momento lo tiene el membrillo, su transición a fuego lento de forma cuadrada a líquido espeso, denso, casi viviente. Su brillo y las burbujas que hace cuando se cocina. Hipnóticas burbujas de membrillo para pasar el tiempo.
Hoy llegué a mi casa y había una pastafrola metida en el horno. Me pregunté, como tantas otras veces en el último tiempo, por qué algunos amigos y amigas me siguen asociando a ella, aun cuando ya casi ni suelo comerla. Sonreí, la probé. Estaba rica, estaba dulce.
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